problematizando y urgando, incesante, incansablemente sobre el lugar común. Calor de balneario. Palmera ondulante. Subdesarrollo y sonrisas... El caribe siempre es más.
Desde el cuarto del hotel sobre el acantilado que mira hacia el Yunque una noche de neblina un gringo blanco y reclinado mira una oscura y pequeña parte de ese Caribe. El calor es sofocante, lento y denso como la neblina misma.
El misterio del humedal colándose entre las rendijas de la habitación. Desde el balconcito de su estancia, el gringo inhala con suavidad, el humo de su tabaco se levanta desde la boca del cigarro. Exhala. El humo es prepotente y violento, serpentea hasta la superficie y atraviesa la niebla, cortándola para luego diseminarse en ella y hacerla una con su toxicidad en el aire y entre los palmares.
El gringo se queda fijo como estatua, su mirada perdida en el punto mas negro de la montaña. Inhala desde la boca de su estómago la satisfacción de ejercer esa mínima y segura violencia. Sopla el viento como quien susurra el hielo que acaba de crujir entre los dientes. El gringo siente escalofríos, es la primera vez en años y a pesar del calor inmisericorde de la isla. Se erizan los pelos canos de sus brazos pero sus pupilas siguen fijas, dispuestas, dilatantes sobre punto negro entre las montañas. Es entonces que, esa hendidura se torna en una boca gigante que ruge: WIIIIIIIIIIIIIIIII WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII WIIIIIIIIIII
WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIWIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIWIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
un banshee invisible wheelea cuesta arriba entre las curvas
El estruendo parece rebotar entre las concavidades de las montañas. El gringo tose, apaga el cigarro sobre la mesa, entra al cuarto y tira de la puerta de cristal corrediza. Sin detenerse, cubre con las espesas cortinas el cristal asegurándose que la noche no entre al cuarto. Se acuesta en la cama y enciende las acostumbradas noticias para acunar el sueño con desdichas más familiares pero igual de ajenas. .
